Buenas noches y bienvenidos.
Este es un nuevo relato para la web Adictos a la Escritura. El proyecto del mes se llama El desafío, y para participar hemos tenido que escribir una escena, que después se le ha adjudicado a otro compañero. Mi escena ha sido escrita por Osnolasaga (clic para leer) y da inicio al relato.
Slàn go Fòill
Este es un nuevo relato para la web Adictos a la Escritura. El proyecto del mes se llama El desafío, y para participar hemos tenido que escribir una escena, que después se le ha adjudicado a otro compañero. Mi escena ha sido escrita por Osnolasaga (clic para leer) y da inicio al relato.
Slàn go Fòill
Música demencial
Las balas volaban a ambos lados de la barricada de la Gran Vía; todos
nos encontrábamos parapetados contra el muro de coches para protegernos antes
de volver a atacar con toda nuestra munición.
A mí lado, cubriéndome mientras recargaba mi arma, estaba él protegiéndonos a los dos y a nuestra causa. Nunca, en mis veintidós años de vida, hubiera imaginado que mi ídolo musical luchara codo con codo junto a mí para defender nuestra ciudad de esta invasión enemiga. No daríamos ni un paso atrás.
A mí lado, cubriéndome mientras recargaba mi arma, estaba él protegiéndonos a los dos y a nuestra causa. Nunca, en mis veintidós años de vida, hubiera imaginado que mi ídolo musical luchara codo con codo junto a mí para defender nuestra ciudad de esta invasión enemiga. No daríamos ni un paso atrás.
Detrás de nuestra improvisada trinchera, oíamos avanzar al enemigo. El
camino de caos que sembraba a su paso, sólo era comparable al eterno y
atronador traqueteo de su ametralladora. Antes un sonido similar me hubiera
puesto los nervios de punta. Hoy, después de sobrevivir a tantos asaltos, de
ver cegadas tantas vidas, la sangre corría en mis venas con ansias abrumadoras
y todo mi cuerpo estaba preparado para rendir batalla.
―¡Jumper Heart ―gritó a
mi lado el otrora estrella de rock John Strauss; me había apodado con el nombre
de una de sus canciones después de que le declarara mi perpetua admiración y
desde entonces no me llamaba de otro modo―, espero que esas piernecitas
huesudas no me decepcionen!
― ¡Sólo habrán decepcionados del otro lado, no lo dudes! ―respondí,
gritando también para hacerme oír.
Ambos sonreímos con el tipo de sonrisa que eran habituales esos días:
sonrisas de puro diente, donde reflejábamos nuestra locura y esa muerte a
cuestas que arrastrábamos por las calles en ruinas y escondrijos oscuros. El
estandarte de nuestra resistencia.
Una granada estalló a pocos metros a mi izquierda y supimos que ese era
el indicador para separarnos. Asentí, a modo de despedida, y antes de que John
pudiera devolverme el gesto corría por las calles, esquivando escombros,
vidrios, vehículos. Y cadáveres, porque esos también abundaban entonces.
La agilidad de mis largas piernas pronto me tuvo a resguardo detrás de
un contenedor de basura volcado. Desde allí aún no era posible ver al enemigo,
pero ahora, además del ruido de sus armas y vehículos, podía escuchar sus voces.
Y sus risas, porque ellos sí podían permitirse reír a grandes voces, dejarse
las cuerdas vocales en una carcajada demencial capaz de arrastrarte al abismo
si te permitías bajar las defensas.
Hinqué una rodilla en el suelo y abrí la mochila. Dentro sólo habíamos
puesto lo esencial: una bonita caja de madera, decorada con detalles japoneses
y símbolos que para mí carecían de significado. A mí sólo me importaba la
música que esa pequeña era capaz de crear, y ¡vaya si prometía ser de las
buenas! La melodía que escaparía de ella arrasaría como un huracán.
Con cuidado dejé la caja en el suelo y volví a colocarme la mochila.
Utilicé dos dedos largos y llenos de callos para sacar del bolsillo de mi
chaqueta una llavecita de aspecto delicado que introduje en la ranura
correspondiente. Cuando se afirmó, comencé a dar cuerda a la caja de música,
esperando con morbosa ansiedad que de un momento a otro se alzara la tapa y la
joven doncella que aguardaba en su interior, se alzara, enseñando el sencillo
kimono rojo, y danzara hasta el final de los tiempos.
Pero nada ocurrió, y cuando la cuerda estuvo tirante volví a apartarme
de la caja, tomé el arma que había olvidado en el suelo y miré hacia atrás, a
la trinchera donde ahora sólo quedaba John, aún a sabiendas de que debía correr,
correr porque no cabía dudas de que el diablo lo seguiría entusiasmado.
Una nueva granada de mano explotó, esta vez a poco más de seis metros de
donde me encontraba, y por un momento todo se llenó de polvo, y sólo mis
pulmones amaestrados se resistieron a asfixiarse. Cerré los párpados y por un
segundo todo se detuvo y sólo estaba el mundo de antes, el hogar, los padres,
el fútbol, las chicas, los libros de texto y la escuela. Un recuerdo cálido
afloró para brindarme el impulso necesario. Y mi cuerpo entró en acción.
Pies ligeros, sombras y luces bailando en el polvo, metralla, pasos,
risas. Piernas ágiles y fuertes, oscuridad, oscuridad, oscuridad...
Curiosidad.
Si hay algo que esta guerra no ha podido quitarme es eso. Así que me
detengo, en medio de la nada, en medio del plan cuidadosamente trasado, en
medio del tiempo que se detiene conmigo un segundo... y se precipita luego.
Allá lejos, los pasos se detienen también. Una sombra crece y se vuelve
consistente, tanto que al final es carne, es ser humano, o lo que queda de él.
Es curiosidad, porque supongo que eso somos los que seguimos en este mundo. Lo
veo inclinarse y me pregunto si pasará un dedo por el borde de la tapa, pero no
lo hace. En vez de eso, con gesto brusco, tanto que por poco lo arruina todo,
levanta la tapa.
Y, ¡oh, Dios!, la música es increíble. Suaves notas que barren todo
durante cinco segundos y casi, casi, estoy a punto de acercarme
para ver a la joven japonecita alzándose para danzar, su cabello de hilo negro
armado en un primoroso moño desprendiendo destellos
incendiarios... Pero una
mano tira de mí y al voltear me encuentro a John que salió de la trinchera y me
empuja en dirección al refugio, gritándome a todo pulmón cosas que no llego a
escuchar porque justo en ese momento la música se detiene en un inesperado Si y la caja estalla en luz, una luz que
crece y se come a las sombras, a los restos humanos, a las risas y a la
metralla, se come el caos de la calle y más tarde escupirá su propio caos. Y se
apresura en venir por nosotros, que corremos como enajenados, como nunca jamás
hemos corrido, deseando salvar el pellejo aunque sea durante un día más.
Y es curioso, porque en ese momento de luz destellante y atropelladora
no existe el sonido, no existe la música ni la explosión pero miro a John que
corre a mi par y ¡lo juro!, ese hombre se está riendo, se ríe aunque resuelle,
se ríe porque ya no puede cantarle al amor, se ríe como un demente y yo
sospecho que me está ocurriendo igual.